He yacido días enteros con el entierro de este cuerpo lacerado por tu ausencia,¡ hace tanto que creí perderte! Ya no reconozco con precisión el tiempo de mi estadía en este sitio, he contado los días y con exactitud sé, que es el mismo tiempo que llevo de no contemplar tu rostro. El recuerdo de una noche desvanece la falta que me hace tu voz, alegre y fugaz como cuando me traspasabas con una simple sonrisa. Y ahí estaba yo a tus pies, como siempre entre tus manos. Desearía poder decirte esto que te escribo mirándote fijamente a los ojos, no me arrepiento de lo sucedido y con esperanza quiero pensar que tú tampoco lo haces.
Un papel, un lápiz, algún utensilio para escribirte esto decentemente ¡No! En cambio solo tengo como tinta esta sangre que derramo ¡Testimonió del dolor que corroe por mis venas! Y esta pared que iré sellando en nombre tuyo y mío. A la par esperaré con paciencia el estallido fatal que acabe pronunciando el final de esta carta.
No puedo mentirte y lo sabes bien. Me conoces quizás mucho mejor que yo. Es eso lo que me hace creer que tenías conciencia de lo que aquella noche sucedería. Intuyo que las conversaciones del mismo tema tenían algún sentido. He optado por pensar que deseabas darme alguna señal de asentimiento y aceptación. No creas que fue tan fácil hacerlo, me costaba pensar al menos que nunca más te iba a poder contemplar como acostumbraba hacerlo, ja! Pensando ingenuamente que no te dabas cuenta cuanto te miraba y como lo hacía! Lo extraño, te lo confieso, mi memoria es un vasto lugar que poco a poco desdibuja tu presencia con la misma intensidad que se va borrando mi existencia entre estas cuatro paredes.
Podrías pensar que fui realmente muy cobarde, nunca tuve la firmeza suficiente de expresarte todo eso que sentía. Salgó a mi defensa porque si bien es cierto nunca te lo dije expresamente con palabras, nunca hubo un solo instante en que mi cuerpo no explayará hacía ti esa energía acumulada imposible de descifrar a través de una palabra. También sé que, aunque en vida nunca pude tener tu cuerpo y hacerlo mío, siempre fuiste mía.
En cada palabra pronunciada sentía yo palpar el desnudo de tu alma, creo haberla recorrido tantas veces, tantas noches, como prueba fiel de nuestras lagrimas derramadas a la par por el encuentro de algo extraordinario, de algo muy profundo que solo tu y yo, podíamos comprender.
En ocasiones me siento mal, nadie supo comprender las razones de mi acto. Me juzgan y no intentan al menos ver que era necesario, para mi lo era y de algún modo para ti también, ¡Cuanto desearía que estuvieras aquí!, Seguramente saldrías a mi defensa como siempre lo solías hacer cuando alguien injustamente me atacaba. Hace escasas semanas que no me alimento, ya he perdido el apetito, sólo tengo un deseo profundo de acabar con esto. Me duele y mucho. Cada vez trato de convencerme a mi misma de que lo hecho no fue un delito. Pero, como verás, me encuentro encerrada en este cuarto, hablando contigo, después de llevar tanto tiempo hablando conmigo, repitiendo aquellas palabras excusadoras que intentan redimir esta culpabilidad impuesta por los otros, los de afuera!
Amor! Estoy perdiendo mi conciencia, si por casualidad pronunció alguna incoherencia, por favor perdóname, “Nuestra sangre” inmaculada se encuentra por fin liberándose de su objeto opresor, ¡mi cuerpo!...Ya creo sentirme a escasos pasos de ti, esto es lo único que me hace pensar que todo valió la pena. Comprendí que no es suficiente con sentirte recorriendo a través de tu sangre que bebí hasta saciarme, hasta no haber una gota de líquido que no tuviera inmersa tu esencia. Realmente ¡si! necesito tu presencia, aunque como te lo dije anteriormente, no me arrepiento de lo que hice, lo disfruté y por un instante gocé el placer eterno de tu entrega total.
“Antes de que te apagues quémame…así, lentamente cúbreme entre tus cenizas, tomate de un trago mis restos, emborracha tu alma, para así correr por tus venas, ser tu eterna droga…” Anónimo