Entonces esa vez me dije – a Soledad le han dejado sola – mientras ella se hundía en lo profundo del sueño. La bella que ahora mismo estará cruzando el limite del rio. Su sangre brotaba caudalosamente, imaginaba esa agua contaminada por miles de cuerpos, de sangres destinadas a envenenar el paso, de olores nauseabundos, su sangre pintaría los rasgos de una víctima mas, pero lo certero era que mientras ella cruzaba yo tomaba de aquella, una gota, un cuerpo, una yaga en su vientre. El vacio superaría luego su dolor momentáneo, un hueco, una llaga muy abierta con ausencia infante. Disfrutaba aquel acto y era innegable no sentirlo, siendo la única forma de apaciguar esas imágenes que me han torturado desde siempre, antaño me acompañaron, ya no se en que temporalidad existo, si fue alguna vez o es la condena también de repetir el mismo presente eterno, no lo se. Pero mientras mutilaba sus miembros, apaciguaba aquella molestia, horror de tener que arrancarme los ojos día y noche, horror de arrancarme el alma para no sufrir más la condena de perderle de nuevo.
Aquella noche infinita, un mismo niño, una misma bella mujer, la misma sangre atravesando las paredes, yo tendida disfrutando de otro cuerpo débil, un niño que arrancaba del vientre ajeno, para presenciarlo mío, para tenderlo en mis propias entrañas otra vez. De regresar a su lugar de origen lo que se ha ido pero que nos pertenece desde siempre. Solo así podía cesar el llanto en mi cabeza, sus delicadas manos ya no posaban el desierto, sus párpados se distanciaban de cerrarse. La soledad se había ido, la mutilación del vientre llevaba consigo una criatura compañera, ella iba conmigo. El otro bulto era tan solo una caneca deshecha, una madre suplicante (lo recuerdo), conmocionada por el hígado arrancado de su alma. Un pedazo de víscera para saciar la sed de no amamantar, de no dar vida. Todos los abrazos y los afectos eran fallidos por la condena.
Luego regresaban los acusadores, los recuerdos. Los alaridos fuertes del que pierde la vida, mientras tanto, la llama se regocija en mis pupilas, azufre curador de sus pies lastimados, yo le abro mientras lloro, mientras se va y yo me quedo lamentándole, mientras le limpio sus heridas con mis lagrimas, el llora, yo lloró, pero es azufre, la fuente que emana de mi es veneno puro, llama ardiente, dolor profundo.
El dolor de parir es el llanto inconsolable de un bebe quemado, niño de mi guarida abierta, como te has salido para beberte mi alma, lo haces de nuevo. Ella sigue ahí tendida, la mujer, el despojo de un cuerpo. Yo sigo lacerando mi criatura, mientras le consuelo, mis manos no son dulces, son cuchillos, cuando tengo. Son ellas las lastimadoras de tu cuerpecito moribundo, si por casualidad beso tus ojitos perdóname los clavos que penetro en tu virgen vida, por eso lloro, por eso te hago daño sin quererlo, lloro, mientras me alimento y recuerdo, la posibilidad de verme afuera en otra madre, otro hijo mío que comeré, será otra la que llore por mi, en esta ocasión, mientras yo me lamento por el recuerdo del mío perdido. - A soledad le han dejado sola – me digo, me repito, me veo ir.
1 comentario:
VALLA!! es muy intenso, realmente admiro lo que me has hecho sentir esta noche, son muchas las cosas que pasan por mi mente, imagenes de un relato que bien podria ser verdad y esta guardado detras de palabras bien colocadas. me gusto full.
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