Una habitación grande, pocas personas, muchos cuadros. En especial, hay uno, uno inmenso que cubre la mayor parte de una pared, lo miro, es hermoso.
Un hombre sentado, elegante, un café, un hermoso atardecer, es un hombre solitario, con muchos lujos, riquezas. Toda la gente le mira, pero el no mira a nadie.
El hombre sorbe su café, deja la taza en la mesa de nuevo, pide al mesero una copa de vino, la toma, la gente le mira, pero él no mira a nadie.
Pasa la tarde y el sol sucumbe a la noche, el hombre sigue en la misma mesa, tomando su vino, pide uno tras otro, mira su reloj, ya es muy tarde, pero no se inmuta, se queda, esperando que la noche llegue, esperando que la noche se vaya.
Ya no hay gente, aparecen sombras, vagabundos nocturnos, estos no le miran, él tampoco.
El mesero le ha dicho que es hora de cerrar, que debe irse a su casa, él hombre lo mira con resignación y acepta. Se para, paga lo que debe, le da una gran cantidad al mesero por el servicio, y se va. Camina por las calles, ahora es una sombra como los otros, ahora es un vagabundo, nadie le conoce, nadie lo espera.
Y la noche deja la noche, el día regresa, el hombre se toma su café, a la misma hora, el mismo lugar, él toma vino y espera.
viernes, 27 de agosto de 2010
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